No pensamos por corrientes de opinión, como creíamos, lo hacemos por espasmos. Hablamos de violencia de género cuando los informativos se llenan de sangre. De eutanasia cuando los padres de una chica que lleva en coma 16 años se enfrentan a un gobierno que hace todo lo posible por evitar el fallecimiento. Hablamos del cambio climático cuando la nieve nos bloquea en la A-6. Es decir, que opinamos de todo un poco sin saber de nada y casi siempre tarde.
Que hablamos mucho, y casi siempre mal, porque llevarse las manos a la cabeza cuando ya es demasiado tarde sólo sirve para hacer gimnasia pasiva con los brazos. Es decir, que en la maraña de sobreinformación que nos zarandea, opinar es como tocar el piano con los guantes de boxear puestos.Una torpeza. Pasma la ligereza con la que juzgamos, con igual soltura, a un presunto asesino en serie y a un árbitro que concedió un penalti injusto a favor del Barcelona. Nos gusta resolver a las bravas y a otra cosa.
En alguna realidad paralela debemos de ser diferentes; más instruidos, más precavidos, más fríos con lo que debemos serlo. Menos morbosos y mejores. Ni llenaríamos platós de televisión ni, seguramente, tantos silencios incómodos, pero asumiríamos que el mal, en forma de violencia, pederastia, muerte, huracanes y accidentes de tráfico es tan viejo como el mundo. Y que nosotros sólo deberíamos hablar para avisar que viene, que se acerca, y sólo para eso.
Que hablamos mucho, y casi siempre mal, porque llevarse las manos a la cabeza cuando ya es demasiado tarde sólo sirve para hacer gimnasia pasiva con los brazos. Es decir, que en la maraña de sobreinformación que nos zarandea, opinar es como tocar el piano con los guantes de boxear puestos.Una torpeza. Pasma la ligereza con la que juzgamos, con igual soltura, a un presunto asesino en serie y a un árbitro que concedió un penalti injusto a favor del Barcelona. Nos gusta resolver a las bravas y a otra cosa.
En alguna realidad paralela debemos de ser diferentes; más instruidos, más precavidos, más fríos con lo que debemos serlo. Menos morbosos y mejores. Ni llenaríamos platós de televisión ni, seguramente, tantos silencios incómodos, pero asumiríamos que el mal, en forma de violencia, pederastia, muerte, huracanes y accidentes de tráfico es tan viejo como el mundo. Y que nosotros sólo deberíamos hablar para avisar que viene, que se acerca, y sólo para eso.
(Tribuna de Salamanca, 17/II/09)