martes, 28 de octubre de 2008

Ni el nuevo disco de The Cure. Ni el estreno de Quatum of Solace, la nueva aventura de 007. El acontecimiento que más pita en este rinconcito de esonosecide es el comienzo de la NBA. Quizá el mayor espectáculo deportivo del que puede disfrutar cualquier aficionado al deporte durante una temporada completa. El mayor espectáculo del mundo es este circo de tipos enormes que juegan 82 partidos (¡82!) de Liga regular y después se dejan la piel en los play-offs.

No voy a hablar de las rachas anotadoras de Kobe Bryant, de los saltos de Lebron James, de los tiros de -Dios existe- el recuperado Allan Houston, de los pases de Crish Paul o de Steve Nash, de las opciones de Pau Gasol. Sí diré que soy Laker desde que recuerdo, que es desde que a Magic y Worthy corriendo el contraataque. Soy de los que llegan a trabajar con ojeras después de pasar la noche delante del televisor o de la pantalla del portátil, viendo el partido a través de alguna red P2P, de los que tienen ni sé cuantos partidos grabados en VHS y DVD. De los que prefieren un Clippers-Sonics a la final de la Champions. De los que piensan que Europa, a pesar de todo, sigue muchos años por detrás del baloncesto estadounidense. De los que pidió a sus padres la Reebok The Pump cuando Dee Brown ganó el concurso de mates. Felices madrugadas.

viernes, 24 de octubre de 2008

Soitu.es, que ya sabeis por aquí que recomiento siempre que puedo, dedica una de sus últimas entradas sobre nuevas tecnologías, en el aparatado de Francis Pisani, a las reflexiones de Andrew Sullivan, uno de los blogueros más insignes de internet.

Aquí, el enlace a la noticia y un resumen de sus reflexiones en '¿Por qué bloguear?':

¿Por qué bloguear?

Que lo disfruten.

viernes, 17 de octubre de 2008

No diga “crisis”

Groucho Marx regaló a la Historia un delirante escrito en el que hablaba de cómo eran las cosas antes, y durante el crack bursátil de 1929. A esta recesión, desaceleración, frenazo o hecatombe, según dónde se pregunte, le falta un cronista a la altura para entrar en los libros. Porque entre lecturas políticas, económicas y sociales, aún no se ha colado la de un escritor con pulso para contarnos la verdad. Apuesto un brazo a que esta crisis de la que se cachondean nuestros abuelos –y con toda razón– sería menos crisis si cogiera el toro por los cuernos un tipo a la altura de las circunstancias.

Me pregunto a qué esperan Tom Wolfe, Updike o Easton Ellis. Si no espabilan, la verdad se nos va a quedar a la prensa en un mero maremágnum de datos, una marea a la que primero llegamos tarde y después demasiado pronto. Los que vendemos urgencias a diario sabíamos que la gripe aviar, aquella muerte inminente de Occidente, aquel fin de los días, sólo era papel para envolver bocadillos, mientras la malaria exterminaba tanto entonces, con tan macabra rutina, como lo hace ahora. O de otro modo: en África, Sudámerica y el sudeste asiático, esta crisis es un chiste.

Lo voy a decir bajito: lean este periódico, y todos, con todo el escepticismo del que sean capaces. Es otro tema, y deberá ser contado en otro momento, pero los que estamos en crisis somos nosotros, los que escribimos.

(Tribuna de Salamanca, 18/X/08)

martes, 14 de octubre de 2008

los usos y las banderas


Sospecho que a los modistos les ponen las banderas. Que se vuelven locos de placer ante tal síntesis simbólica, que se colocan sólo con pensar en el resumen extremo que abarcan esos colores, listas, estrellas, escudos. Mientras ciudadanos y políticos se atrincheran bajo su manto y la vituperan o la veneran, mientras pelean, verbal y físicamente, en eso que llamamos vida pública, en esa legítima batalla simbólica, los tipos que nos dicen cómo debemos vestir juegan en otra liga. Y entonces cuelgan las barras y las estrellas de sus chaquetas, o pegan la enseña alemana de una guerrera, o visten sus camisetas con la bandera británica. Porque es difícil aunar tanto en tan poco, porque la bandera lo es todo y, también, lo aguanta todo. Ellos saben que lo mejor para librarse de una bandera es verla por todas partes.

domingo, 5 de octubre de 2008

El rock n´ roll fue, durante 25 años, la más influyente forma de contracultura. No la única, pero sí la más prometedora y la más imprudente. Porque comprendía una actitud vital y sentimental. Una visión del mundo. Antes de que el punk se perdiera por los atajos de la marginalidad y se fagocitara a sí mismo, el rock n´ roll se coló por debajo de las puertas de millones de adolescentes y dibujó en el aire otro mundo posible. Nadie sabe cómo era ese lugar posible, pero seguro que era diferente. Antes de que se cruzara con el pop y pariera la música del futuro que es este engendro decafeinado del hoy, esta criatura edulcorada, marciana, inmerecida, un puñado de pioneros estuvo a punto de cambiarlo todo. Por completo.

El rock progresivo fue el rizo que rizaron un poco más los que no tenían suficiente. Los que, de repente lo supieron, no querían cambiar nada, sino sólo pasárselo mejor. Y casar esa música con la clásica, el virtuosismo o el jazz. El rock progresivo fueron Genesis, Jethro Tull, King Crimson, Mike Oldfield, Pink Floyd, Rush o Yes.

En la imagen de arriba, Keith Emerson, de Emerson, Like and Palmer, con el aparato ante el que salía a escena en los primeros años 70. Lo llamaba Modular Moog. Un sintetizador acoplado a un órgano y a quién sabe qué más. No apostaría a que en la pantalla que preside el aparato se pudiera acceder a Google.