domingo, 28 de septiembre de 2008

Esta cultura de risa

Si nos lo hubieran dicho en el 2002, aquél año de champán, palmaditas en la espalda y brindis al sol, no nos lo habríamos creído. Si nos hubieran adelantado que seis años después de aquella rimbombante concesión del título de Ciudad Europea de la Cultura, en este 2008, Conchita cerraría las fiestas patronales y El Canto del Loco los actos que conmemoran que Salamanca es Ciudad Patrimonio de la Humanidad, se nos abría escapado un grito de horror. Porque a Conchita, hoy lo sabemos, la han precedido Bustamante, El Arrebato, Baute o Antonio Orozco. Porque todos son carnaza para adolescentes, están en plena gira de promoción de sus discos –qué gran labor las de sus agentes, que se la saben colar a tanto concejal– y se nos van a olvidar pronto.

Salamanca desierta de esa condición de ciudad cultural, de esa diferenciación a la que quiere amarrarse, cada vez que programa lo mismo que los demás. Porque Valladolid se puede permitir una vez al año una oferta blanda, popular y ramplona, pero Salamanca no, ni siquiera 15 días de septiembre. En la lucha de mercado en la que, le guste o no, está inmersa la ciudad, en esa vorágine en la que las ciudades se juegan su nombre-marca con el cuchillo entre los dientes, Salamanca es un lugar realmente diferente y apetecible durante muy pocas veces al año. Casi, sólo, durante un Festival de las Artes que, además, acapara las críticas de todos aquellos que piensan que Rufus Wainwright es el nombre de un delantero del Ajax.

Quizá es ése el debate pendiente sobre quiénes somos, y no otro, o sobre quién queremos ser. Podemos apostar por el turismo nacional –las infraestructuras, hoy, no dan para más– o, de una vez, acoger a intelectuales, músicos, artistas, directores y creadores con mayúsculas. E implicar a los salmantinos, recuperar a los universitarios y meterlos en los cines, los teatros y las salas de conciertos. Salamanca debe morder o otros la morderán a ella. Pronto.

domingo, 21 de septiembre de 2008

El bolso

De todos los complementos que articulan la vestimenta femenina, infinitamente más elaborada y simbólica que la masculina, el bolso es el claro delimitador de dónde está la división que separa, en lo formal, lo posible de lo imposible.

Por más que la tendencia sea feminizar al hombre, no asexuarlo sino feminizarlo, por más que proliferen escotes de pico, brillantes, collares o pendientes entre el género masculino, el bolso es una espita que nadie se atreve a abrir. Porque el bolso es un tratado en sí mismo, una declaración de principios que resume todo lo que una chica puede querer, necesitar o buscar a lo largo de un día. Una (pre)disposición mental que se asienta en la certeza de que dentro del bolso habita un mundo propio, instransferible y repleto de recursos. El varón sólo se atreve con el maletín, serio y formal, o a lo sumo la traída mariconera, pero sólo en verano y de escaso tamaño, por si acaso. Además de un atrezzo codiciado, con marcado carácter de status, el bolso es un condimento insalvable para la vigente definición de feminidad.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Los coches de los demás

La publicidad dispara donde el resto ni siquiera ha apuntado aún. A pesar de los agoreros del nuevo orden cultural y del transcurso de tantos años desde que el estado de bienestar se aposentara en las civilaciones occidentales, el coche conserva intacto su marcado carácter simbólico. Su estatus económico, social y hasta político. Audi ha dado en la diana. El atleta nace superdotado e inflige sobre sí mismo una dictadura de esfuerzo, dedicación y entrega, que lo aleja, en su resultado final, del resto de mortales con los que convive a diario. Su cuerpo es el resumen filtrado y puro de sus extremas habilidades. Los que le circundan sólo adquirirían su físico, su prestigio y su exclusividad si nacieran de nuevo y lo hicieran todo igual de bien desde el principio. Lo que Audi propone es la adquisición de eso que sólo algunos logran con esmerado sacrificio y renuncia completa; la solitaria grandeza del que se sabe diferente, pero sobre todo, mejor al resto. El indiferente gesto para con la gris mayoría y la rendida admiración del prójimo. La poco sutil convicción de que tras el tipo que está al volante no sólo hay alguien que tiene dinero, sino que, además, se trata de alguien, sin duda, excepcional.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Cirugía del corazón

"La apariencia es el escudo de los débiles", recita el refranero popular, y quizá la apariencia sea no el refugio de los débiles, sino, simplemente, su opuesto, la profunda y más limpia expresión del yo posmoderno, plural, fugaz y autoreflexivo. Contra la tiranía de la herencia, del gesto que cincela la cara y contrae el gesto, la elegida expresión a la carta. Contra la inopinada obligación de la nariz a disgusto, de los labios breves, la configuración de una cara, de un cuerpo querido. Y más aún: escogido. Ya somos cada uno una multitud de voces, una elección de las muchas que podemos ser al día, a la hora, casi al instante. E interpretamos el papel elegido con toda la coherencia que podemos, o que nos dejan las circunstancias. Perfilamos nuestros gustos, seleccionamos con detalle aquello que leemos, escuchamos, pensamos y expresamos en la desbocada turba de elecciones posibles. Por qué no olvidar quiénes aparentábamos ser si quizá hace tiempo que queremos ser otros.

miércoles, 3 de septiembre de 2008


El Príncipe de Asturias al deporte perdió su carga de profundidad cuando, en 2005, eligió a Fernando Alonso como premiado. El asturiano aún no había ganado su primer campeonato del mundo de Fórmula Uno, y tuvieron que pasar dos años más para que se lo concedieran a Michael Schumacher, que por entonces lo había logrado ya seis veces. Ese año, el Premio premió al deportista de moda y se olvidó de galardonar una trayectoria deportiva, que era lo que había reconocido hasta entonces. Desde entonces, para mí es una distinción chovinista y parcial, en la que prima tanto que en el lugar de nacimiento del DNI del candidato figure la palabra “España” como que el susodicho sea diez veces campeón del mundo en lo suyo.

Admito que Rafa Nadal es uno de los mejores deportistas mundiales hoy. No que sea el mejor. En la votación ganó a Michael Phelps. Nadal ha ganado todo lo ganable este año, con la guinda del oro en Pekín. Phelps es el número uno desde Sydney 2000, donde irrumpió en la élite mundial de la natación. Suma 14 medallas olímpicas, más que nadie en la Historia. En Pekín 2008, se colgó ocho de una vez y batió siete récords del Mundo, algo que tampoco nadie había logrado jamás. Algo ni siquiera concebible hasta ahora, algo que desde Mark Spitz se tenía por sobrehumano. Si el Premio Príncipe de Asturias fuera justo con la trayectoria y el historial de uno y de otro, elegiría al ‘hombre-pez’ de Baltimore.

Cada trofeo que gana Nadal es un éxito. Cada gesta de Phelps, cada arañazo al récord de mundo, es un logro para toda la Humanidad. Nadal iguala a Federer, o a Bjork, o a Sampras. Phelps consigue lo que nadie jamás ha logrado antes. Nadal compite contra otros tenistas. Phelps lo hace contra los demás nadadores, contra la historia, contra el reloj y contra sí mismo. Su reino, bajo el agua, no es de este mundo.